Seguro que has escuchado hablar alguna vez sobre las heridas de la infancia. En este pequeño artículo de mi blog El Espacio Celeste te voy a explicar a qué hacen referencia estas heridas, cómo se originan y por qué es tan importante identificarlas y trabajarlas en terapia.

Las heridas de la infancia, o heridas emocionales, son experiencias traumáticas vividas en la infancia que tienen un impacto profundo en el/la niño/a y que más adelante tienen consecuencias al llegar a la edad adulta, pudiendo afectarle a la manera de relacionarse con los demás, con el mundo en general y consigo mismo. Para entender más profundamente que es el trauma psicológico os dejo un enlace sobre un artículo que escribí acerca del trauma, al que podéis acceder pulsando aquí.

¿Cuáles son los cinco tipos de heridas emocionales?

Según los expertos, hay cinco tipos de herida emocional. Cada una de estas heridas tiene asociada una «máscara«, es decir, un comportamiento que utilizamos como mecanismo de defensa para protegernos y tratar de evitar sentir dolor frente a la herida. A continuación, detallamos dichos tipos de herida:

  • Herida de rechazo: Esta herida se crea cuando un/a niño/a siente que no es aceptado o querido incondicionalmente tanto por sus cuidadores principales como por otras figuras de autoridad, como profesores, e incluso por sus iguales, es decir, sus compañeros de clase o amigos. Se manifiesta a través de la creencia profunda de ser una persona inadecuada y no ser merecedora de amor ni de amar. Los adultos con esta herida de rechazo se ponen la máscara de “huidizos”, infravalorándose constantemente y buscando la aprobación de los demás.

 

  • Herida de abandono: La herida de abandono ocurre cuando un/a niño/a experimenta la pérdida emocional de uno o ambos progenitores o de figuras significativas en su vida. También ocurre cuando las figuras cuidadoras no protegen ni dan apoyo y amor suficiente al niño/a.  Todo esto genera miedo al abandono y a la soledad. Los adultos con esta herida tienen una gran carencia afectiva, teniendo dependencia emocional (poniéndose esta máscara) y enganchándose a las personas que les prestan atención, fundamentalmente en el ámbito de la pareja.

 

  • Herida de humillación: La herida de la humillación surge cuando el/la niño/a es objeto de burlas o críticas constantes por parte de sus cuidadores principales, por otras figuras significativas e incluso por sus iguales, sintiendo que se avergüenzan de ellos/as. Todas estas vivencias de humillación generan sentimientos de vergüenza e inseguridad en la edad adulta. Las personas que han vivido estas experiencias se ponen una “máscara masoquista” castigándose a ellos mismos antes de que los demás lo hagan, creyendo que merecen sufrir y también anteponiendo los demás a ellos mismos. También puede darse el extremo opuesto, de tal forma que los adultos con esta herida pueden humillar a los demás como acto de defensa propia, llegando incluso a ejercer comportamientos tiránicos con los demás.

 

  • Herida de traición: Esta herida ocurre cuando un/a niño/a siente que ha sido traicionado por sus figuras de referencia, rompiendo promesas repetidamente al niño/a, generándole un profundo dolor. Estas vivencias tan dolorosas generan en el adulto desconfianza hacia los demás, poniéndose la “máscara del control” para evitar sentirse de nuevo traicionados y engañados. Son personas con un carácter fuerte y dominante, que pueden tender al rencor o la agresividad hacia los demás para protegerse ante el temor a re-experimentar lo que un día vivieron.

 

  • Herida de injusticia: Esta herida surge cuando las figuras cuidadoras y/o de referencia son autoritarias y distantes. De este modo, el/la niño/a integra que no importa cuánto se esfuercen por complacerles o ser “vistos” por ellos, “nunca es suficiente” y generará en ellos la creencia de no ser válidos o no ser suficientemente buenos/as. Estas experiencias se traducen en el/la adulto/a en una “máscara de rigidez”, siendo muy sensible a las injusticias propias y ajenas. Estas personas suelen tener un carácter obsesivo. Además, les suele resultar muy difícil pedir ayuda, relajarse e incluso disfrutar de las experiencias del día a día.

Es importante comprender las formas en la que se activan estas heridas en la edad adulta, lo que en psicología se conoce como «disparadores». Las heridas se pueden activar a través de eventos o situaciones del presente que nos recuerdan o nos hacen revivir las experiencias traumáticas de la infancia. También pueden ser activadas por personas o contextos que nos recuerdan a figuras significativas en nuestra infancia, como padres, cuidadores o personas que nos hirieron profundamente. Otra forma de activarse puede ser la propia ausencia de las personas que nos hirieron, lo que puede desencadenar emociones intensas y, por tanto, reactivar las heridas no sanadas. Y es que, aunque hayan pasado muchos años, si estas experiencias traumáticas no han sido liberadas o sanadas, las heridas permanecen y, con ellas, las consecuencias.

Como conclusión, podemos decir que las heridas de la infancia son, como hemos visto, experiencias traumáticas sufridas en la infancia, y aunque existen una serie de consecuencias comunes, cada persona es diferente y vive las experiencias de forma distinta, por eso es fundamental no encasillarse ni etiquetarse, sino identificar nuestras circunstancias y heridas para trabajar sobre aquellas experiencias traumáticas que nos han dañado y poder sanarlas. Por ello, es imprescindible tratarlas en una terapia psicológica para que aquellas heridas del pasado que a día de hoy aún supuran, puedan convertirse con el tiempo en cicatrices.

«Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas». Carlos Ruiz-Zafón

Gema Chaparro
Psicóloga sanitaria experta en trauma, Clínico EMDR y Directora del centro Vitamorfosis Psicología

 

Bibliografía

Orihuela, A. (2016). Transforma las heridas de tu infancia: Rechazo, abandono, humillación, traición, injusticia. Aguilar.

Martínez, U. (1987). Las heridas de la infancia (entrevista con Nelly Keoseyán).